Casa de Belen cambio mi vida

MIGUEL ÁNGEL ACOSTA BENITO

MIGUEL ÁNGEL ACOSTA BENITO

 

Mis padres me enseñaron la importancia de Cristo en mi vida. Desde mi infancia pertenecí a una comunidad parroquial de forma activa, pero fue en la adolescencia cuando Dios entró de golpe en mi vida. Pasó de ser un ser misterioso, del que algo decían los libros, a fundamentar los pasos que daba. Así, me di cuenta de que Dios, al igual que para el resto del mundo, tenía preparado un plan para mí, aunque no supiera claramente cuál era en concreto. Me planteaba diferentes opciones.

 

Un día encontré algo que cambió mi vida. Entré a trabajar como voluntario en la Casa de Belén, un hogar de niños enfermos, llevado por las Hijas de la Caridad. Allí aprendí a ver el valor de la vida humana, intrínseco a cada persona. Me di cuenta de que toda vida es digna de ser vivida, y que somos los hombres y mujeres que formamos la sociedad los que debemos dar a los más desfavorecidos la ayuda necesaria para que tengan la calidad de vida que se merecen, acorde con la dignidad de todo ser humano.

 

Allí vi que es posible ser feliz en la enfermedad, reconocí a Dios en las miradas de los niños y descubrí que hay una forma de tratar a los enfermos diferente a la que estaba acostumbrado a ver en muchos hospitales. Por eso decidí hacerme médico.

 

Ingresé en la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Madrid. El camino no fue fácil: asignaturas que parecían imposibles, horarios que apenas me dejaban tiempo libre para estar con los amigos y para las actividades en mi parroquia… Pero cada vez que miraba a la cruz, sabía que el Señor me pedía que me superara, que luchara… y así lo hice. Conseguí terminar la carrera en seis años.

 

Durante toda la carrera, en contadas ocasiones, me hablaron de personas: me enseñaron muchas cosas sobre tumores, infecciones, malformaciones congénitas… pero nadie me explicó con detenimiento cómo atender a las personas. En las prácticas que hice, los enfermos y la familia me hablaban no sólo de un dolor aquí o allí, sino del drama de atender en casa al abuelo con demencia o tener un cáncer terminal y dos hijos pequeños.

 

Por eso ahora, a la vez que preparo el examen para acceder a la formación médica especializada, estoy cursando un Máster en Bioética. Posiblemente mi tesis doctoral la dedicaré a alguno de los problemas éticos que surgen con frecuencia en la práctica médica.

 

Siento que Dios me acompaña, me empuja. Sé que me faltan conocimientos, experiencia y sabiduría, pero mi ilusión es hacer de la práctica médica un arte. Quiero poner mi conocimiento al servicio de los demás. Los jóvenes cristianos que nos dedicamos profesionalmente al ámbito sanitario podemos mostrar una mirada diferente sobre la atención de la persona en su totalidad, dándole el valor que se merece. Eso, al fin y al cabo, es otra forma de evangelizar.