Confidencias con Elena, una joven con cáncer

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Confidencias con Elena, una joven con cáncer

Victoria Luque

Periodista. Autora del libro

Presentación del libro Yo soy para mi Amado, de la editorial Buenanueva, en el encuentro de Delegados de Pastoral de la Salud 2014.

Elena Romera vivió con el cáncer siete años, pasó por siete intervenciones quirúrgicas, varias sesiones de quimioterapia, una prótesis en la rodilla, la rehabilitación -durísima- de su pierna, y su posterior amputación. Luego vino el cáncer de pulmón y la muerte. Sin embargo, estos sietes años fueron oro probado al crisol; fueron el tiempo en que ella conoció a su Amado.

¿Por qué digo esto? Porque ella misma lo decía. “Yo, si no llega a ser por el cáncer, no sé dónde estaría… El Señor ha permitido esta enfermedad para que yo no me pierda”. Y era verdad. Elena fue una adolescente con mucho carácter, dominante, deportista (empezó gimnasia rítmica con tres años, y hacía exhibiciones con sus compañeras por distintos lugares de Murcia, y ganaba medallas), pianista (estudió hasta cuarto de piano y tocaba sin partitura), muy guapa, inteligente, avispada, con don de gentes, que, además se llevaba a los chicos “de calle”. Tuvo dos novietes, algunos ligues y muchos pretendientes incluso después del cáncer y de la amputación de la pierna. Desobediente, en la adolescencia hacía lo que le daba la gana, se saltaba los horarios que le marcaban sus padres, bebía, fumaba porros, muy fiestera… muy alegre, muy bromista, una líder nata. Elena se comía el mundo.

Con 18 años, le dicen que tiene cáncer. ¿Qué hubiera sido de Elena, si no llega a experimentar el sufrimiento de un cáncer?

Si Elena no se hubiera topado con el cáncer, por sus muchas cualidades naturales, seguramente habría sido una gran empresaria, o una mujer emprendedora en algún ámbito de nuestra sociedad, o una deportista de élite, o una profesional cualificada… o no… quizás se hubiera dejado llevar por las ilusiones y engaños del mundo… y no hubiera hecho nada extraordinario. No lo sé. Nunca lo sabremos. Lo que sí es seguro es que, sin el cáncer, le hubiera resultado difícil ser una cristiana humilde, auténtica.

Pero… el Señor le dijo: “Aquí estoy. En la cruz me encontrarás.” Y ella le encontró en la cruz. Parecería que nacer en tal o cual lugar es indiferente… no imprime carácter… pero la realidad es otra. Por una hermosa “casualidad” entre comillas, Elena nació en Caravaca de la Cruz, un pueblo de la provincia de Murcia donde se venera una astilla de la verdadera cruz de Cristo. Y esto, que parecería una inocente coincidencia, resulta sin embargo muy significativo en esta historia de Elena…

Decía a quien la quisiera oír: “el cáncer no es una desgracia. Es el regalo que el Señor me ha hecho, en la cruz he conocido el amor que mi Padre me tiene. El cáncer es un regalo envuelto en un papel feo, en un papel de periódico viejo… pero la cruz no me mata, a mí me mata interiormente el desamor, cuando me peleo con mi familia, o con mis hermanos de comunidad, pero no el dolor físico. Eso no es lo que me quita la paz”.

Elena decía que estaba agradecidísima a Dios porque al regalarle –fíjense en la expresión- el cáncer, Dios la había ayudado a ser pequeña. Elena decía que el cáncer era el signo que Dios le enviaba para decirle “te amo”.

El libro narra en el fondo, una historia de amor, la de una novia muy enamorada (Elena) de su Amado, Jesucristo. Estamos acostumbrados a contemplar la relación del hombre –o de la mujer- con la trascendencia como algo estático, frío; muchas veces esta relación religiosa la vemos estructurada en cumplimiento de normas, imposiciones, leyes… cuando en realidad todo aquel que se encuentra con Jesucristo en su vida lo que vive realmente es un encuentro de amor. Algo fantástico. Todo el que ha tenido una verdadera experiencia religiosa está realmente vivo por dentro. Y esta fuerza “amorosa” es la que hace que se done a los demás… todo santo, todo apóstol, todo testigo se ha sentido primero amado de una forma única, especial… y esto lo experimenta también Elena. Para Elena Romera, Jesucristo es el Amado. Le dirá a una amiga… “me han salido muchos novios, pero desde que me enamoré de uno, ninguno le llega a Éste a la suela de los zapatos”.

¿Y de dónde le venía a Elena esa fuerza interior que la llevaba a donarse, a comunicar el enorme amor que Cristo tiene por cada uno de nosotros? Sencillamente, esa fuerza le venía de la oración. Ella buscó y encontró. “Encontré el Amor de mi vida, lo he abrazado, y no lo dejaré jamás”, estos versos del Cantar de los Cantares se hicieron carne en ella.

El Señor la sostuvo, y ella se dejó sostener.

Buena estudiante, empezó Biología, pero dejó la carrera en segundo curso porque la rehabilitación de su pierna le impedía estudiar y presentarse a los exámenes… y cuando pudo, pasó a estudiar fisioterapia, seguramente por haber conocido tantos enfermos necesitados de ayuda durante sus ingresos en el hospital.

Elena es un ejemplo de superación para todos los enfermos; a Elena le hicieron al principio de su enfermedad un injerto de hueso en el fémur y le pusieron una funda metálica, los médicos le dijeron que podría doblar la rodilla como máximo 40 grados. Ella, con sudor y lágrimas, con una fortaleza increíble, después de dos años de rehabilitación, llegó a doblar la rodilla 90 grados.

Elena intentó vivir la vida incorporando el cáncer a su rutina diaria. Así, más tarde, ya con la pierna amputada, estuvo varios meses trabajando en Sligo (Irlanda) en un centro de minusválidos físicos y psíquicos. Aquel tiempo fue muy gratificante para ella, pues decía: “es verdad que tengo cáncer, pero si ahora me encuentro bien y puedo ayudar, ¿porqué no lo voy a hacer?”.

También trabajó en agosto de 2009 -cuando los médicos le habían dicho que le quedaban unos tres meses de vida- en una clínica de Caravaca de la Cruz, su pueblo natal. Y a un vecinito suyo (esto me lo contó la madre del niño) le estuvo haciendo rehabilitación de la pierna -cuando los médicos no daban un duro por él-… hoy anda con bastante soltura. Con este crío tenía bastante complicidad, le escribió una carta donde le decía: “campeón, los límites te los marcas tú”.

La vida de Elena es intensísima. Ella quería hacer algo grande con su vida, y no se daba cuenta de que lo más grande era cómo estaba viviendo la enfermedad… con alegría, con fortaleza, con paz, agarrada a la cruz de Cristo. Cuando tenía un ingreso en el hospital, ella preparaba su maleta con todo lo que una joven pueda necesitar: perfume, pijamas bonitos, maquillaje… pero no olvidaba el salterio, el rosario, y su cruz grande, que colocaba en la mesita de la habitación del hospital. Ella sabía que Cristo era su gran aliado. Así, cuando los médicos iban a visitarla, lo primero que percibían era que estaban ante una joven con fe.

El Señor la sostuvo, y ella se dejó sostener.

San Francisco de Sales decía que un santo triste es un triste santo. Realmente la alegría es un componente fundamental en todas las personas santas. Y Elena la tenía, tenía alegría y un gozo interior que se derramaba hacia afuera contagiando esperanza.

Además, tenía mucho humor. Cuando le amputaron la pierna, decía: “Ahora podré robar zapatos, porque como sólo ponen uno de cada pie…”. A los niños pequeños, cuando la veían sin pierna en la playa, les decía: “Es que ha venido un tiburón, y ¡zas¡ me ha comido la pierna¡.

Elena quería ser santa, buscaba la santidad, pero se veía –como todos los santos- muy lejos de alcanzarla. Ella se conocía perfectamente, sabía lo que salía de su corazón, la enfermedad la ayudó a ser humilde, tuvo que pedir ayuda –ella, que era muy independiente-, tuvo que aprender a pedir perdón y a decir te quiero, tuvo que dominar su genio… Los santos redescubren en la Iglesia una verdad: que el cristianismo no es una utopía, una filosofía o una ideología de buenas intenciones, sino la realización de un seguimiento, de un “hacer carne” en la propia vida, la Persona de Jesucristo. Y Elena, al final de su vida, era otro Cristo sobre la tierra. Esto no lo digo yo, lo dicen todos aquellos que la han conocido y está reflejado en el libro.

Dice Cristina López Schlichting, en el prólogo del libro, que se vislumbra esa vida interior de Elena, esa relación íntima con su Señor.

Yo creo que hubo un momento en que Elena le dijo a Dios: HÁGASE. Le dio carta blanca para que actuara en su vida. Y después, todo vino rodado. Ya no importaba que la enfermedad fuera invadiéndola, porque lo único importante era hacer la voluntad de Dios. Ella no pedía en la oración la sanación, pedía hacer la voluntad de su Padre, que la amaba incondicionalmente… Elena se sintió profundamente amada por Dios y eso le daba alas… tenía una fuerza impresionante para hablar a los jóvenes… salía por las zonas de copas con la silla de ruedas y con la pierna ortopédica, y les decía… tocad, tocad…toc, toc,toc, ¿veis? Es de mentira, esta pierna es de mentira pero yo soy feliz, porque mi Padre Dios me quiere, y os digo que yo lo he tenido todo: amigos, popularidad, ligues, he tenido un cuerpo 10, he sido deportista… y eso no me ha hecho feliz. El que me ha hecho feliz ha sido Jesucristo… por eso os digo… no perdáis el tiempo con otras cosas. Buscad a Cristo, buscad el amor de Dios… Él es el que os dará la verdadera felicidad.

En este libro, y termino, hay escondida una PROMESA, de parte de Dios, y un FIAT, un HÁGASE, igual que el de María, pero esta vez dicho por Elena.

La promesa la entrevemos en un viaje que Elena hace a Santiago de Compostela. En esa peregrinación, Elena escucha un salmo: “Ya no te llamarán ABANDONADA, desde ahora serás mi favorita. Y tu tierra tendrá marido”. Elena escucha esto, escrito por Isaías, de parte de Dios. “tu tierra tendrá marido. Te cuidaré. Ya no te sentirás nunca sola… Y Elena se lo cree. Lo guarda en el corazón como María. Esta es la primera parte de esta historia. Ya por aquel entonces –era una jovencita con una calcificación en la rodilla- Elena había catado la cruz en forma de enfermedad…

La segunda parte de esta historia comienza cuando su director espiritual, el padre Sevillano le hace una pregunta, inspirado por el Espíritu. Tardó tiempo en decírselo, pero al final, lo hizo: Elena, de parte del Espíritu te pregunto: ¿Quieres ser la esposa de Jesucristo?. A Elena por poco le da un pasmo. No me respondas a mí… respóndele a Él en tu corazón… ten en cuenta que los esposos duermen en el mismo lecho, y que el lecho de tu Esposo es la cruz…

Y en este segundo momento de la historia, Elena dice su particular FÍAT. Entonces Elena empieza a vivir con Cristo, a respirar con él, empieza a correr o a volar, si se quiere, en la fe… en este FIAT también hubo desprendimientos, también hubo que soltar amarras, dejar cosas atrás… había que negarse a sí misma para alcanzarle… para tocarle… para amarle. Y se desprendió de afectos, del dinero, del orgullo, de la vanidad… de todo aquello que le impedía conocerle más y más… fue un camino arduo, y el Señor fue puliendo a Elena. Fue quitándole astillas a su cruz, fue puliéndola como persona, y la hizo pequeña, humilde, a la medida de la cruz de su Hijo… después, en ese lecho de amor que es la cruz, Elena y su Amado celebraron sus Bodas.

En su testamento, decía: “De lo único que me arrepiento es de no haber amado más”. Y no amó poco, os lo puedo asegurar…

Conocer la vida de Elena es perderle el miedo a la muerte. Elena consigue que veamos más allá del cáncer, más allá del dolor… Elena concibe la muerte como sus Bodas con el Esposo. Esto es impresionante.

Tuvo la fortaleza de preguntarle al oncólogo cuánto tiempo le quedaba de vida y cómo sería su muerte. Quiso morir en su casa. Dos meses antes de su muerte, la aceptaron como aspirante en la congregación de la Madre Teresa de Calcuta. Varias Hermanas de Madre Teresa fueron a su casa de Caravaca de la Cruz a celebrar el rito de iniciación como aspirante, y le entregaron el crucifijo, el rosario, y el sari, con el que quiso que la enterrasen.

Parece una historia inventada, pero es verdad. Es la realidad. Y lo bueno de esta historia es que tiene más de un protagonista… los protagonistas podemos ser todos nosotros. Todos los que estamos aquí, y todos los que leerán este libro. Porque Elena se dejó moldear… ¿y yo? ¿Y ustedes? ¿Nos dejamos hacer por Dios?

Por qué no te crees que puedes ser santo… le dijo Elena a su hermano Pablo, dos o tres días antes de su muerte… esto mismo me pregunto yo, y dejo la pregunta en el aire, para que la pensemos todos… ¿porqué no te crees que puedes ser santo?… Mirando a Elena vemos que es posible. Que no es una utopía… De hecho, mirando a Elena podemos atisbar el Amor que Dios nos tiene.

 

Publicado en Labor Hospitalaria n. 308 (2014)

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Elena Romera: Yo soy para mi amado.