Creer no dispensa de discurrir

Manuel de los Reyes

Creer no dispensa de discurrir

Manuel de los Reyes. Médico. Madrid

 

La preocupación por la educación en los valores morales es una constante en el horizonte de mis quehaceres.

Para que haya vida tiene que haber buen pulso, porque hay pulsos incapaces de dar vida. Es necesario un “impulso” previo -de corazón- que genere la energía, la motivación para transmitir ese “pulso”. En nuestro ámbito, es imprescindible una vocación profesional auténticamente convencida de sus responsabilidades. Mi experiencia es que si esto -lo fundamental- falta, la salud integral de la persona se resiente y las relaciones humanas se empobrecen.

Ese impulso vital es el deber moral de actuar al servicio del ser humano como fin primordial, de ayudarle en sus necesidades de curación y cuidados, por mor de la beneficencia y por justicia. Ese deber ético es similar para todos, porque es lo nuclear de las profesiones sanitarias, pero los niveles de exigencia no son los mismos. Cada uno tiene que descubrir el verdadero sentido de su vocación, en qué mimbres se sustenta y con qué nutrientes se fortalece para no caer en el desánimo o en el desgaste. En mi caso se ha producido con el tiempo un proceso de discernimiento, maduración y elección continua, que no ha concluido. La propia vida me ha llevado al ejercicio de la Medicina sobre todo asistencial, pero también a orientar grandes dosis de trabajo hacia la formación y desarrollo de la Bioética. Esto lo siento como don y como una tarea; es un privilegio y un compromiso.

Vienen a mi memoria, porque los experimenté con gozo o dolor, pensamientos que invitan a la meditación serena: “la verdad no es tanto algo que se alcanza o se posee, cuanto un camino, un talante, un modo de ser o de vivir en perpetua e inacabable búsqueda”; …”sin voluntad de verdad no puede haber buena voluntad”; …”la exigencia moral no nace del hecho de ser creyente o no, sino de la condición simplemente humana de querer ser una persona auténtica y cabal”. A partir de la realidad vivida, la preocupación por la educación en los valores morales es una constante en el horizonte de mis quehaceres. Esa formación -de los profesionales sanitarios y del resto de conciudadanos- ha de fomentar el respeto a la dignidad de los demás, una mayor humanización de la atención sanitaria, el ejercicio responsable de la autonomía de los individuos y los grupos, y sobre todo sentir que somos muchos los que tenemos miras semejantes pero necesitamos aunar los esfuerzos.

Lo cual no es tan fácil de asumir y aplicar. Traigo a colación dos significados de “pulso vital”: seguridad o firmeza para realizar un proyecto de vida personal, a pesar de las dudas y dificultades; mantener tensiones creadoras en los temas trascendentales de nuestra existencia, tanto más en sociedades como la española donde hay pluralidad de valores morales y la interculturalidad va en aumento.

Creer no dispensa de discurrir, incluso con riesgo de equivocarse. Por consiguiente -lo afirmo con pasión, convicción y en conciencia- la ética cristiana es una ética de máximos de bienaventuranza, lo cual no es motivo para no compartir una ética de mínimos de justicia con el resto de los ciudadanos. La justicia y el amor no pertenecen a órdenes distintos, el de lo debido y el de lo gratuito, pues si bien no puede aducirse la caridad para ignorar la justicia, el amor complementa a ésta animando virtudes más específicamente cristianas que nacen de él: la compasión, la misericordia, la mansedumbre, la solidaridad, la sobriedad.

El Papa Juan Pablo II, en su carta Al comienzo del nuevo milenio, hablaba de algunos retos: “El servicio al hombre nos obliga a proclamar, oportuna e importunamente, que cuantos se valen de las nuevas potencialidades de la ciencia, especialmente en el terreno de las biotecnologías, nunca han de ignorar las exigencias fundamentales de la ética. Esta vertiente ético-social se propone como una dimensión imprescindible del testimonio cristiano.” Pero además, el pontífice plantea más exigencias: “El diálogo no puede basarse en la indiferencia religiosa, y nosotros como cristianos tenemos el deber de desarrollarlo ofreciendo el pleno testimonio de la esperanza que está en nosotros. …El deber misionero no nos impide entablar el diálogo íntimamente dispuestos a la escucha. Este principio es la base… del diálogo cristiano con las filosofías, las culturas y las religiones.”

Nada más, pero tampoco menos.

 

Publicado en el Boletín Prosac n. 32