Entre encuentros y despedidas

Genay Montalvo Fernández

GENAY MONTALVO FERNÁNDEZ

Con cada niño y su familia, me llevo una enseñanza, una historia, un recuerdo. Gracias a todos vosotros que os habéis ido y que tanto me habéis enseñado.

Soy una enfermera de las tantas que hay repartidas por el mundo y tengo la suerte de hacer un trabajo donde recibo más que doy. Mi experiencia es corta, tengo 28 años y llevo 7 años trabajando en pediatría, pero es un camino lleno de historias y de vidas.

He descubierto con los años que cuando uno decide dedicarse profesionalmente a la sanidad, nunca imagina lo importante que puede llegar a ser esa decisión para los demás. Porque tu trabajo va a estar unido a los más pobres de donde te halles, a la enfermedad, la vulnerabilidad, la soledad, la muerte,…

Mi trabajo está estrechamente relacionado con el hilo que une la vida a la muerte; la muerte de niños que por una enfermedad incurable, grave o mortal dejan esta vida.

La gente siempre me pregunta, después de mirarme con cara de profunda tristeza, que qué es eso de trabajar con niños que van a morir, que cómo me siento, que cómo puedo. Yo siempre les digo que soy muy afortunada por estar al lado de cada uno de esos niños y sus familias, por permitirme compartir una etapa de su vida que, tarde o temprano, todos tendremos que pasar.

No es fácil ver irse a un niño o un adolescente, cuando debería estar jugando, saltando, saliendo de marcha, preocupándose por la hora de llegada a casa y despreocupándose de la enfermedad o la muerte que, a esa edad, se ven de lejos. Tampoco es fácil ver a unos padres que van a perder a un hijo, al que han querido y cuidado con esmero. O a unos abuelos que esperan ser ellos y no sus nietos los protagonistas del final de la historia.

Como humana que soy sufro con cada partida, porque cada partida es una despedida de personitas especiales y llenas de encanto y amor.

¿Cómo se puede seguir trabajando con tantos encuentros y tantas despedidas? Gracias a un equipo formidable donde se trabaja como tal con un objetivo común, mejorar la vida hasta la muerte, y sobre todo a un buen apoyo familiar, pareja, amigos etc.

Cuando ayudas a un niño y su familia a aceptar tan duro tránsito, cuando estás a su lado para quitarle el dolor que la enfermedad le produce, cuando le evitas los ingresos repetidos en el hospital y fomentas la vida familiar en el hogar, cuando le ves cumplir sus últimos sueños (ir a la nieve, hacer la comunión, celebrar el cumpleaños de su hermano, ver a su novia y darle el último beso),… y finalmente le ves morir tranquilo y sereno, en casa, al lado de su familia, en vez de hacerlo en una habitación fría de hospital, después de haberse despedido de la gente que más quería. Entonces te dices a ti misma, realmente mi trabajo merece la pena.

¿A qué me ayuda este trabajo? A valorar las grandes cosas que tienes en la vida, familia, amor, salud,…y que nuestra sociedad está sustituyendo por otras.

Mi trabajo es estar día a día cerca de aquellos niños que les ha tocado jugar una partida más dura, la de prepararse para vivir intensamente hasta morir.

PUBLICADO EN EL BOLETÍN PROSAC 43