Julliand AD: Llenaré tus días de vida

Julliand AD: Llenaré tus días de vida

LLENARE TUS DIAS DE VIDA: Un conmovedor testimonio sobre la fuerza del amor y la importancia de aprovechar cada segundo.

Anne Dauphine Juliand

Editorial Temas de hoy. 2012

 

Llenaré tus días de vida contiene un valioso testimonio nacido de la fuerza del amor de una madre por su hija, y nos ofrece una lección inolvidable que trasciende el dolor por la ausencia y nos empuja a vivir con plenitud cada segundo del presente.

Un conmovedor testimonio sobre la fuerza del amor y la importancia de aprovechar cada segundo.

«Vas a tener una vida bonita. No será como la de las demás niñas, pero será una vida de la que podrás sentirte orgullosa. Y en la que nunca te faltará amor.» Esta es la promesa que la autora le hace a su hija Thaïs, de tan solo dos años de edad, cuando los médicos descubren que la niña padece una enfermedad genética devasta dora para la que no existe cura.Desde ese momento, Anne-Dauphine deja de mirar al futuro para concentrarse enel día a día de la pequeña Thaïs: en sus juegos infantiles,sus visitas al médico, los momentos de alegría y de dolor? Una batalla diaria que consistirá en llenar de vida los días cuando ya no se puedeañadir días a la vida. Llenaré tus días de vida contiene un valioso testimonio nacido de la fuerza del amor de una madre por su hija, y nos ofrece una lección inolvidable que trasciende el dolor por la ausencia y nos empuja a vivir con plenitud cada segundo del presente.

 

(PALABRAS FINALES DEL LIBRO)

La fuerza del amor

Un día, en la sala de consulta de un hospital, le prometí a mi pequeña hija enferma que le transmitiría todo lo que sabía sobre este sentimiento que hace girar el mundo. Me dediqué a ello durante año y medio. Y durante todo este tiempo, demasiado absorta por la envergadura de mi tarea, no he visto. No he entendido que era ella mi profesora de amor. Durante estos meses pasados con ella, no lo he entendido porque, si lo pienso bien, no sé gran cosa del amor, del verdadero.

¿Cómo sabe ella? ¿Cómo es posible? Thäis está privada de todo. No se mueve, no habla, no oye, no canta, no ríe, no ve. Ni siquiera llora. Pero ama. Solo hace eso, con todas sus fuerzas. A través de sus heridas, sus achaques, sus debilidades.

El amor de Thäis no se impone, se expone. Se presenta ante nosotros como es, vulnerable y frágil. Sin coraza, sin armadura, sin muros. Sin miedo. Por supuesto, quienes observen esto desde fuera pueden mofarse de esta fragilidad, menospreciarla, rechazarla. Pero los que se acercan, se asoman, desean acompañarla, estos perciben como yo que esta vulnerabilidad solo requiere una respuesta: el amor.

Hace más o menos dos años, al conocer el alcance de las secuelas que provocaría su enfermedad, me hice una pregunta: «¿Qué le quedará?». El amor. Le quedará el amor. El que recibimos. Y el que damos también.

Sí, el amor tiene esta facultad única de invertir las corrientes, de transformar la debilidad en fuerza. Thäis, privada de sus sentidos y dependiente físicamente, no puede hacer gran cosa sin ayuda exterior. Podría exigir mucho. No obstante, solo espera de nosotros lo que queramos ofrecerle. Nada más.

Por lo común, se piensa que una existencia disminuida y maltrecha es difícilmente aceptable. Sin duda es verdad. Cuando no se tiene amor. Lo que es insostenible es el vacío del amor. Cuando se ama y se es amado, todo es soportable. Hasta el dolor. Hasta el sufrimiento. El sufrimiento … Lo conocemos tan bien, este invitado inoportuno en nuestras vidas. Lo hemos experimentado en todas sus facetas. En todas salvo en una, quizá. La que lleva a la desesperación. La que aniquila los mejores sentimientos. Sí, comprendo en esta noche turbadora que nunca he sufrido a causa de Thäis. Nunca. He sufrido con ella. Mucho. Demasiado. Todo el tiempo. Pero siempre juntas.

Esta tarde me atrevo a decirlo: la vida de Thäis es un tesoro. Un concentrado de amor que transmite a su alrededor con generosidad. ¡Cuántas personas han venido a visitarla, por solidaridad, por compasión, por afecto, poco importa el motivo, y se han marchado turbadas, trastornadas! Pero no turbadas como podría entenderse ante un impacto brutal. No anonadadas. No traumatizadas. No. Turbadas porque han percibido algo más, más allá del dolor y la debilidad. Han percibido una enfermedad mucho más contagiosa …

Recuerdo aquella enfermera de noche en Marsella. No la oí entrar al cuarto de Thäis. Permaneció allí un ratito, afanándose con mi hija. Luego no salió enseguida. Se sentó en el borde de mi cama. Y me confesó, a media voz: «¿Qué pasa aquí? Hay algo especial en esta habitación. No sé lo que es, pero es particular. Uno presiente lo peor y sin embargo se siente bien. Se nota muchísima dulzura. E incluso felicidad. Disculpe si esto le choca, pero no puedo quedármelo para mí». No capté lo que quería decirme entonces. Hoy todo se aclara.

Sin renunciar a su mirada penetrante, me acerco un poco más a Thäis, hasta que mi cara roza la suya, y le murmuro mirándole a los ojos: «Thäis, gracias. Por todo. Por lo que eres. Por todo lo que eres. Y por todo lo que das. Nos haces felices. Felices de verdad. Te quiero, mi princesa».

En lo más hondo de mí, la voz se aleja y me abandona. En mi mente no resuena ya ese sempiterno: «Si tú supieras … ». Mi corazón estalla en un grito: «¡Lo sé!»,

Un suspiro. Uno solo. Largo y profundo. Resuena fuerte en el silencio de esta noche que precede a la Navidad. Inclinados sobre nuestra pequeña hija, Loïc y yo contenemos la respiración para recoger la suya. La última. Thäis acaba de morir. Adiós, pequeña Thäis.

 

Anne-Dauphine Julliand, Llenaré tus días de vida, Temas de hoy, págs, 245-248