La fe como combustible imprescindible

Francisco Igea Arisqueta

Dr. Francisco Igea Arisqueta, Valladolid

 

He tenido la suerte de vivir de cerca un hermoso ejemplo de fe y dedicación a los demás a través de esta profesión. Un ejemplo que ha marcado mi vida para siempre y que me acercó a la vez a Dios y a la Medicina: el ejemplo de mi padre. Él nunca me habló mucho de fe ni de religión, pero le he visto en misa y le he visto sonreír con una sonrisa llena de compasión, de aceptación… que le ha sostenido en una vida entregada a los demás.

Muchos compañeros dicen no tener fe en Dios, pero tienen fe en el valor de la bondad, de la solidaridad y de la compasión. Ya me gustaría a mí tener la capacidad de entrega de alguno de ellos. ¿No es ésta la esencia del mensaje evangélico? Por supuesto: «amar al prójimo como a uno mismo». Ponerse en su lugar: ése es el truco. Los que trabajan en esto con esta visión tienen un «plus». Nada importa su fe, porque ellos, crean o no, son auténticos transmisores del mensaje. ¿Qué añade a esta fe la creencia en el Ser Supremo? Desde mi punto de vista, dos cosas esenciales: la explica y la sostiene.

La fe explica que este mundo no es un sinsentido, por qué nuestro esfuerzo no es inútil aunque no consiga su objetivo, que el amor al prójimo es la razón de ser común a nuestro oficio y a nuestra fe. Explica que todo ello es posible porque, a la vez, Dios nos ama de una manera incondicional. Amamos porque nos sentimos amados. La fe te sostiene en los momentos oscuros, en los que uno parece desfallecer; y te hace entender que no sólo vale la pena, sino que, sorprendentemente, te hace feliz.

Levantarse cada lunes para ir al hospital a ver con qué desgracia tienes que lidiar es complicado, si uno sólo lo hace por dinero, fama o prestigio. Si sólo tienes ese combustible, te agotas. Es cierto que en la medicina hay mucho de eso. Algunos tenemos suerte cuando llegamos desfondados al final de semana: hay una fuerza que nos sostiene, que nos hace sentirnos afortunados de poder ejercer esta profesión. La fuerza de quienes creemos que una vida entregada es una vida ganada. La fuerza de los que creemos no sólo en la recompensa eterna, sino en la satisfacción inmediata de sabernos mensajeros y testigos del amor de Dios. La fuerza de quienes creemos que el Reino, aquí y ahora, es posible, y que nuestra tarea, aliviando el sufrimiento de los demás, forma parte de la instauración de ese Reino.

Posibilidades de transmitir la fe en nuestro trabajo. El asunto no es sencillo en los tiempos que corren. Haz tu trabajo, hazlo bien y no te escondas: ésa podría ser la clave. «No esconderse» significa hablar con naturalidad, y cuando toca, de tu fe y de las actividades relacionadas con ella en las que tú participas. No creo necesario ni útil, en un ambiente profesional como el nuestro, intentar evangelizar a golpe de charla. Los enfermos necesitan tu atención, no un sermón. Una intromisión en sus creencias en esos momentos de debilidad es un tema muy delicado. Lo cual no quiere decir que rehúyas hablar de su fe cuando ellos te lo planteen ni tengas por qué ocultar la tuya. Los pacientes y tus compañeros entenderán mejor tu ejemplo que tu palabra. Eso sí, para que lo entiendan es necesario no ocultarse, actuar con naturalidad. Actuar en cristiano, ser cristiano y no avergonzarse de ello. Comprometerse, dedicar tiempo a tus pacientes, cumplir el horario como el que más, no esconderse de los problemas.

 

Publicado en el Boletín PROSAC n 45 (2009)