La vida como vocación. Crecer al lado de enfermos y ancianos

Octavio Pérez Paricio. Zaragoza

Nací en Ojos Negros (Teruel). Vengo de una familia sencilla que me educó en la fe cristiana. Fui monaguillo de pequeño, y el sacerdote me llevo al Seminario Menor de Alcorisa (Teruel) donde estuve cuatro años. Con el tiempo me vine a trabajar a Zaragoza. Estoy casado, tengo una hija y una nieta.

Llevo vinculado a la vida de la Parroquia de San Pío X, en el barrio de la Jota de Zaragoza, veinticinco años. Pertenezco al Consejo Parroquial, al grupo de Liturgia, en donde además de preparar las Eucaristías dominicales, participo como monitor y dirijo los cantos, tanto de la misa del sábado como la del domingo por la mañana; responsable de grupos de limpieza de la parroquia, donde además pertenezco a uno de ellos. Pero sobre todo muy activamente y como coordinador del equipo de Pastoral de la salud, sobre el que doy este testimonio y muestro mi proceso porque no es algo que surja de la noche a la mañana.

 

¿Cuál ha sido mi vocación y cómo la entiendo ahora?

El Señor se hizo luz para mí hace veinte años. De la noche a la mañana cambió mi vida: tuve que comenzar a vivir junto al dolor de un ser querido, mi madre, lo que dio un giro a mi vida y tuve que renunciar a muchas cosas.

La enfermedad y el sufrimiento se han contado siempre entre los problemas “sin respuestas” de la naturaleza humana, aunque hoy todavía hay personas que atribuyen a Dios el origen de la enfermedad “esta Cruz que Dios me ha dado”. Dios solo quiere para nosotros el bien y Él se colocó entre el dolor y la muerte para quitarnos nuestro miedo instintivo y ayudarnos a descubrir que por encima de todo está su amor, que supera incluso la muerte.

Para mí Jesús es la referencia constante y permanente que ilumina toda mi vida y esto desemboca en la práctica habitual de la oración en medio de la vida.

 

¿Señor, qué quieres que haga?

Un día caí en la cuenta de que como cristiano no debía conformarme con la misa de los domingos, sino que debía empeñar mi vida en algo más. Me pregunte: «Señor, ¿qué quieres que haga?»

El Señor se sirvió de Mª Antonia, una religiosa de la Compañía de María que me invitó para que la acompañara a la Residencia de Ancianos en Cogullada. De esto hace ya muchos años. ¿Cuál fue mi respuesta? Dar el sí, y de esta manera comenzar mi acercamiento al mundo del que sufre por la enfermedad, por la edad y sus consecuencias.

Para desempeñar mejor mi servicio en la Parroquia se me propuso, por el equipo sacerdotal de entonces, enviarme a estudiar Teología en el Centro Regional de estudios Teológicos de Aragón (ubicado en el Seminario), con el método que mejor se adaptara a mi persona, y con miras a la institución de algún ministerio laical. Un sacerdote de la Parroquia y profesor de religión de un colegio de teresianas me dirigía.

 

¿Cómo está organizado el equipo de Pastoral de la Salud de muestra parroquia?

Lo integramos siete personas, una de ellas es un sacerdote. Una vez al mes tenemos una reunión formativa. Entre los temas tratados están “Los enfermos en la parroquia, una prioridad”, “Caminar con ellos”, “Dando vida, sembrando esperanza”… Este curso del 2014 hemos trabajado la “Evangelii Gaudium” del Papa Francisco.

También en la parroquia de Nuestra Señora de Altabás tenemos charlas formativas una vez al mes desde Noviembre a Abril.

Iniciamos el curso el mes de octubre en el Noviciado de las Hermanas de la Caridad de Santa Ana.

Asistimos al Encuentro de Pastoral de la Salud de Aragón y Rioja que se celebra en octubre en Zaragoza.

Participamos en el curso de la Escuela de Agentes de Pastoral de la Salud (C. Albareda, 14, 1º) que se inicia cada año en Enero.

El día 11 de febrero, Jornada Mundial del Enfermo, celebramos una Misa con los enfermos en la Basílica del Pilar.

El VI domingo de Pascua tenemos la celebración de la Pascua del Enfermo en la parroquia.

La formación, por tanto, es necesaria ya que con la buena voluntad no basta.

 

¿Cuál ha sido mi respuesta personal?

Voy un día semanalmente a la Residencia de Ancianos “Princesa”, próxima a la parroquia; así mismo al Centro de día “La Estrella” y a quince domicilios. El sacerdote también visita periódicamente a estos enfermos. También visito otras residencias fuera de nuestra demarcación parroquial, cuando tenemos algún conocido del barrio en ellas. Y acudo a visitar a los enfermos hospitalizados, principalmente el Hospital Royo Villanova y el Provincial.

Cuando fallece alguna de estas personas que visitamos u otras que se nos avisa, acompañamos en el duelo a estos familiares. El último viernes de mes en la parroquia, celebramos una Eucaristía por los difuntos fallecidos durante ese mes avisando previamente a los familiares.

El testimonio de estos enfermos y ancianos sobre su vida sufriente nos evangeliza y nos invita a amar como Jesús nos amó. A quienes lo desean, además de mostrarles mi solidaridad y apoyo, que es el de toda la comunidad parroquial, les llevo la Eucaristía. Les llevo la “Hoja y Barrio” que edita la parroquia una vez al mes, así como la Hoja Diocesana, para que estén informados tanto de lo que se hace en la parroquia como en la diócesis. Procuro llevar la Buena Noticia, “la alegría del Evangelio”, capaz de transformar tanto la vida de las personas como la estructura de la convivencia social.

Colaborar en el Equipo de Pastoral de la Salud es una vivencia muy positiva. Soy feliz y doy gracias al Señor que día tras día me dé su luz y su fuerza para seguir trabajando junto a los más necesitados, a los que se sienten más solos, menos valorados o con menos esperanzas.

El encuentro con estos enfermos, ancianos y sus familias, sobre todo en los domicilios, no es fácil y entraña alguna dificultad. Además de lo expuesto anteriormente, en ocasiones tengo que ir a la farmacia o a la tienda, ayudarles a ir al baño. Incluso rellenar algún documento, etc. En ocasiones los familiares requieren más atención que el propio enfermo.

Prudencia y respeto son las actitudes básicas que hay que tener en toda visita a los enfermos. En la visita y atención a los enfermos hay que evitar malas prácticas como decirles: «Ya te lo decía yo, si no hubieras fumado tanto», «!Es normal que te duela!», «No hay mal que por bien no venga», «Tienes que ser buen enfermo y no quejarte tanto», «Dios nos da solo lo que podemos soportar», «Antes o después nos toca a todos», «Hay que aceptar lo que el destino nos depara»…

Y hay que cultivar las buenas prácticas como: Guardar silencio es, a veces, mejor que una frase hueca. Centrar la atención en la persona, no solo en el discurso. Mostrar interés por la persona que se desahoga, validando sus sentimientos. Hablar sinceramente, con el corazón. Utilizar un tono natural, sencillo, sin tópicos, el mismo que utilizaría si el otro no estuviera enfermo. Llamar por su nombre a la persona y presentarme con el propio («Buenos días,… soy Octavio que vengo a verte y acompañarte un rato»).

 

Testimonio presentado en el III Encuentro de Pastoral de la Salud de Aragón y Rioja celebrado en Zaragoza el 18 de octubre de 2014.