Más Corazón en las manos

Más Corazón en las manos

“Más corazón en esas manos”(San Camilo)

Fiesta de San Camilo

Tres Cantos, 10 de julio de 2015

Es costumbre en este día de celebración de la fiesta de San Camilo, dedicar un espacio a “conectar” de manera especial con alguna realidad camiliana y cultivar en nosotros el conocimiento, la “aproximación” a este “hortelano del cultivo humanizador del cuidado” a los enfermos.

Esta vez, con mis compañeros, hemos pensado dedicar un rato a explorar el posible significado de esa expresión que de manera tan atrevida preside la entrada: “Más corazón en las manos”. Impacta a los nuevos visitantes, se ha convertido en lema propio, hay grupos que la están utilizando en diferentes países para hacer campañas de humanización (recientemente la usaba el ayuntamiento de la segunda ciudad de Colombia: Medellín), e incluso de reivindicación (me han llegado fotos con pancartas con esta frase que en algún momento hasta me asustaban)…

Pues bien, vamos a explorar un poquito la posible envergadura de esta frase que, con gusto, evocamos como particularmente sintetizadora del proyecto de Camilo.

Los biógrafos y la tradición sobre San Camilo, este hombre de corazón duro en la primera parte de su vida, dicen que exhortaba a sus compañeros a poner “más corazón en las manos” en el cuidado de las personas enfermas y al final de la vida.

Eran tiempos (el siglo XVI) en que en los ambientes en que él se movía, los enfermos y necesitados eran atendidos en condiciones que hoy son inimaginables en el primer mundo, pero que se mantienen o están peor aún en la mayor parte de la tierra. Algunos de nosotros, de vez en cuando, nos asomamos a colaborar con proyectos en lugares donde aún la realidad evoca la del siglo XVI de Roma: este año hemos colaborado en Sierra Leona, cuna de los desastres del Ebola y país pobre donde los haya, en donde una compañera de nuestro Centro ha impartido acciones formativas para los profesionales de la salud en vistas a disminuir el impacto del trauma y empoderar a las personas para la prevención.

Pues bien, la frase de Camilo: “poned más corazón en las manos”, constituía y constituye un reclamo a seguir la sabiduría del corazón y humanizar cuanto hacemos.

“Más corazón en las manos”, decía Camilo. La palabra corazón se presta hoy para muchas acepciones…

– Hablamos… de las revistas del corazón.

– Nos referimos a la indiferencia de una persona diciendo: “no tiene corazón”.

– Evocamos el corazón para referir una situación de sufrimiento: “tener el corazón partío” (Alejandro Sanz)…

– Lo utilizamos para indicar también una situación de conflicto: “tengo el corazón dividido”.

– Así también hablamos de él cuando no estamos apegados a alguien: “tener el corazón libre”.

– Repetimos algunas frases bíblicas como dichos: “De lo que abunda el corazón habla la boca” (Lc 6,45)…

– Lo evocamos como lugar del sentimiento, y así decimos, por ejemplo: “ojos que no ven… corazón que no sienten”.

– Definimos a una persona en sus actitudes (conductas) fundamentándolo así: “tiene muy buen corazón”.

– Anhelamos que “nos pongan como sello en el corazón” de quien nos enamoramos (Cant 8,6).

Pues bien, vamos a explorar lo que Camilo de Lelis pudiera querer decir al invitar a sus seguidores a “poner más corazón en las manos”.

El corazón

En la Biblia, la palabra corazón aparece 872 veces.

Para la tradición bíblica, así como en la poesía griega, el corazón es el que regula las acciones. En él se asienta la vida psíquica de la persona, así como la vida afectiva, y a él se le atribuye la alegría, la tristeza, el valor, el desánimo, la emoción, el odio.

Pero es también, en segundo lugar, el asiento de la vida intelectual, es decir, el corazón es inteligente (¡no la cabeza!), dispone de ideas, puede ser necio y perezoso, ciego y obcecado.

Y en tercer lugar, el corazón es también el centro de la vida moral, del discernimiento de lo bueno y lo malo.

En efecto, en hebreo, el corazón es concebido mucho más que como la sede de los afectos.

Contiene también los recuerdos y los pensamientos, los proyectos y las decisiones. Se puede tener anchura de corazón (visión amplia, inteligente) o también corazón endurecido y poco atento a las necesidades de los demás.

En el corazón, la persona dialoga consigo misma y asume sus responsabilidades. El corazón es, en el fondo, la fuente de la personalidad consciente, inteligente y libre, la sede de sus elecciones decisivas, de la ley no escrita; con él se comprende, se proyecta (Pr 19,21). En él se guarda sigilosamente la intimidad ajena (Lc 2,19).

En las relaciones entre las personas es importante la actitud interior, sí; pero normalmente el exterior de una persona manifiesta lo que hay en el corazón. Por eso dice la Escritura: “De la abundancia del corazón habla la boca” (Mt 12, 34).

El corazón, para los semitas y los egipcios, es, sobre todo, la sede del pensamiento, de la vida intelectual, de modo que “hombre de corazón” significa sabio, prudente, mientras que “carecer de corazón” es lo mismo que estar privado de inteligencia, es decir, ser tonto.

En las manos

Sí, Camilo dice a sus compañeros (y quizás, pues, también a nosotros): “poned más corazón en las manos”.

Corazón… en las manos…

La expresión de Camilo de “poner el corazón en las manos” podría significar entonces impregnar nuestras relaciones, los cuidados que nos prestamos unos a otros (a los niños, a los compañeros, a los ancianos, a los que viven el final de la vida, a los familiares, a los vecinos…), de la sabiduría del corazón, de su inteligencia, de su afecto y de la ternura que le son propios cuando se actúa con libertad y responsabilidad.

Como educadores en la familia, como responsables unos de otros, como vecinos, como profesionales de lo que seamos… sabemos que nos adherimos con más facilidad al bien, cuando hemos sido “seducidos” por la autoridad del corazón de quien nos quiere decir algo o prestar un servicio.

Por el contrario, si uno es cuidado, atendido por otro, al que percibe frío, distante, “sin corazón”, pierde la autoridad en todo.

Cordialidad como blandura y misericordia para hoy

Puede que en el imaginario cultural exista la idea de que cordialidad y ser serios son algo opuesto, y que para ser un buen profesional (en cualquier ámbito) haya que manifestarse frío, distante, serio y riguroso en las relaciones.

Como si “ser inteligente” y “tener buen corazón” fueran cosas opuestas…

Y de hecho, no falta quien dice que la distancia más grande que hay en el mundo es la que existe entre la cabeza y el corazón…

Sí, algunos piensan que la afabilidad y la blandura, la afectividad claramente manifestada, el interés por las personas y su mundo interior serían de poco intelectuales y serios.

Parecería que es “poco profesional” ser afectuoso. Sin embargo, no falta quien, en el campo de la medicina, por ejemplo, están reclamando la complementariedad de la medicina basada en la evidencia y la medicina basada en la afectividad, tan necesaria para humanizar hoy la salud. Yo mismo me estoy viendo invitado por diversas sociedades científicas en el campo de la medicina, a la búsqueda de esta clave humanizadora.

Y es que podríamos decir que lo que sostiene a la humanidad no es otra cosa que el corazón, el corazón interesado por el otro, particularmente por el otro vulnerable; el corazón “apasionado” por las historias que nos incumben. (Lc 24,32)

Un buen reto para hoy, según algunas modernas tendencias que hablan de inteligencia emocional, es formarse en el ámbito del control de los sentimientos. Se refería a esta formación el documento Deus Caritas Est (n.35) hablando de la “formación del corazón”. Cultivar esta inteligencia, que complementa a la inteligencia intelectiva, puede contribuir a nuestra felicidad y a dotar nuestras relaciones de la cordialidad con la que se construye más fácilmente un mundo más humano, que con la rigidez de la inteligencia intelectiva. “Con miel y no con hiel, nos recordaba con frecuencia mi padre a la familia”.

Humanizar nuestras relaciones

La propuesta de Camilo de “poner más corazón en las manos” y que yo haría extensiva a “poner más corazón también en la mente”, en el modo de pensar, así como en el modo de hacer, es una propuesta humanizadora.

El fundamento de la humanización –de la que hablamos con frecuencia los religiosos camilos- y en esta casa, es precisamente introducir en la vida la sabiduría del corazón.

Es cierto que a veces, más que personas y grupos caracterizados por gran humanidad, por tener un gran corazón, también los cristianos somos descritos como personas frías, rígidas, llenas de normas y tradiciones arcaicas, difíciles para las relaciones simétricas, autoritarias, dogmáticas, poco abiertas al diálogo y a los cambios.

¿Qué decir de personas o grupos –también de iglesia- donde los horarios esclavizan, generan culpa; donde las normas no favorecen el crecimiento de los individuos, donde la fe no es fuente de gozo y liberación, donde la autoridad es más ejercicio de poder (de varón, normalmente) que garantía de servicio, donde los afectos son zona prohibida (reprimida), donde disfrutar está mal visto y sacrificarse es la virtud esencial sin conectarla con el amor?

Poner “más corazón en las manos”, como quería San Camilo significa, en el fondo, que allí donde haya una persona que sufre, haya otra que se preocupe de él con todo el corazón, con toda la mente y con todo su ser (Mt 22,37).

El deseo de Camilo expresado tantas veces por los que intentamos seguir su ejemplo, de poner “más corazón en las manos” podría ser lema para la humanidad. Pero para lo concreto: para definir el cómo cambiamos los pañales, cómo hablamos con el enfermo de alzhéimer, cómo discutimos en casa, cómo compartimos nuestros bienes, cómo trabajamos o somos voluntarios…

La propuesta de Camilo es hacerlo no un corazón endurecido, tembloroso, engreído, airado, desmayado, desanimado, desfallecido, torcido, perverso, seco, terco, negligente, amargado, triste, envidioso… como también es descrito el corazón, si recorremos la Sagrada Escritura, llegando a hablar incluso de la capacidad de vivir “con el corazón muerto en el pecho y como una piedra”.

Queremos promover una cultura en la que en las manos y en la mente de los hombres y de las mujeres haya un corazón apasionado, capaz de discernir el bien, genuinamente recto, un corazón dilatado por la creatividad de la caridad, un corazón reflexivo y meditativo, capaz de guardar en él la intimidad ajena y custodiarla con respeto, un corazón que haga sentir su latido y su estremecimiento ante el sufrimiento ajeno, un corazón inteligente donde se discierne la voluntad de Dios, un corazón herido también a la vez que sanador, firme y vigilante, en el que se fraguan los mejores planes y donde se cultiva la mansedumbre; un corazón inteligente y tierno, como lo sería el de “una madre que tuviera que cuidar a su único hijo enfermo”, como también decía San Camilo.

Ojalá nuestra vida, que siempre tiene que crecer en sabiduría y en humanidad, tanto individualmente como en nuestros grupos y organizaciones, fuera una creativa escuela del corazón. Que a la sombra de nuestro testimonio, a la luz de nuestro rostro, al amparo de nuestros quehaceres, muchas personas se preguntaran de qué estamos habitados, de qué está hecho nuestro corazón para ser capaces de sorprender con tanta blandura, bondad y, por tanto, inteligencia. Porque “allí donde está nuestro tesoro, estará también nuestro corazón” (Mt 6,21).

Ojalá que el corazón, esa obra de arte de la ingeniería divina, con su diseño de tuberías, bombas y válvulas, incansable fuente de calor –como dijera Galeno-, que nos mantiene vivos y cuyas razones a veces la razón no entiende –como afirmara Pascal-, llamada sede del pensamiento por Empédocles, nos mantenga tensos y blandos, como se mantiene un muelle, para seguir humanizando el mundo, nuestro pequeño mundo, nuestro entorno, especialmente junto a los más vulnerables.

“Más corazón en las manos”: nuestro lema, nuestra pasión.

Gracias… “de todo corazón”.

José Carlos Bermejo

Religioso camilo