Mi fe me impide acomodarme

Lola Luz

Lola Luz, trabajadora social. Valencia

 

Aunque trabajo en un Centro municipal de Servicios sociales del Ayuntamiento de Valencia, la práctica cotidiana me pone muy a menudo en contacto con el mundo sanitario, con el que la coordinación y colaboración se convierte en fundamental para la mejor atención de los usuarios.

Sin lugar a dudas mi experiencia de fe me lleva a vivir mi trabajo como una vocación y no solo como una profesión. Fruto de este proceso de fe, desde muy joven he sentido una llamada fuerte hacia el servicio. Las situaciones de injusticia social siempre me han interpelado y al contrastarlas con el evangelio han suscitado en mí la necesidad de servir a los más necesitados. Por ello decidí estudiar Trabajo Social.

La práctica profesional es difícil, y más en nuestras instituciones. Creo que tanto la sanidad como los servicios sociales son dos de los pilares fundamentales del Estado del Bienestar, para garantizar unas mínimas calidades de vida en la población.

Pero en los últimos años estamos asistiendo a un recorte importante tanto de presupuesto como de personal en ambos sistemas, lo que pone a los profesionales de ambos sistemas en una situación de desgaste profesional importante. Realmente son profesiones que de por sí ya tienen un extra añadido y requieren de una dimensión vocacional fundamental.

La presión institucional, la falta de recursos, la imposibilidad de resolver determinadas situaciones, la presión de la gente y la sensación constante de que no acabas de hacer bien tu trabajo, por falta de tiempo y desbordamiento personal, son una constante y, como seres humanos que somos, desmotivan.

Ante esto, y a lo largo de mis cinco años de trabajo profesional yo me he tenido que ir buscando mis propias recetas para renovar mis fuerzas. Afortunadamente mi fe me impide acomodarme y me lleva a intentar buscar constantemente poner mi granito de arena en la construcción del Reino de Dios. Sigo creyendo que las instituciones están formadas por los profesionales y que por tanto desde la base se pueden conseguir muchos cambios y mejoras, que con el tiempo pueden llegar a producir cambios estructurales que mejoren el funcionamiento de al menos los diferentes servicios donde desempeñamos nuestra acción. Esto supone, en muchas ocasiones, un trabajo extra de reflexión, de hacer determinadas cosas fuera de tu horario laboral y, en más de una ocasión, no esperar a ver los frutos ahora, sino en algún momento futuro. Los cristianos estamos especialmente llamados a ser sal y luz en nuestros lugares de presencia.

A lo largo de estos años, me he relacionado con muchas personas del mundo sanitario que ponen este pequeño punto extra en sus trabajos. Habitualmente mi relación con la sanidad es a través de las trabajadoras sociales de Centro de Salud u hospitales, pero también me he encontrado con enfermeras que, al carecer de trabajadoras sociales en su centro de salud, acaban asumiendo sus funciones con lo que eso supone de añadido, o con enfermeras de hospitales que han sido para algunas personas un apoyo fundamental en su proceso de cambio, o médicos cuya actuación e implicación de más ha logrado resolver favorablemente determinadas intervenciones.

Por eso sigo creyendo que otro mundo es posible y que algún día podamos llegar mejor a las personas que lo necesitan. Mi fe me ayuda a no perder nunca la esperanza y a saber buscar pequeños destellos de luz en aquellas situaciones que aparentemente no tienen solución. Ante el caos institucional de los servicios sociales y de la sanidad, yo me quedo con las luces que cada día me aportan aquellos profesionales que con su dedicación buscan transformar las cosas desde la base.

 

Publicado en el Boletín PROSAC n. 52 (2013)