Mirar la enfermedad con ojos nuevos

Fausto Franco Martínez, sacerdote misionero

Fausto Franco Martínez, sacerdote misionero

Introducción

Todos sabemos que en los grandes deportes hay equipos de primera, de segunda y de tercera división. Hay hasta equipos regionales. Algo parecido ocurre en los diversos campos de la vida humana. También en las enfermedades hay categorías. No es lo mismo un cáncer que una migraña, por más molesta que sea. ¿Por qué digo esto? Porque mi experiencia y mi testimonio corresponden a un enfermo de categoría regional. Ni siquiera de tercera división.

 

1. Breve descripción de mi situación.

En agosto de 2010 sufrí fuertes vértigos que me hicieron permanecer ingresado una semana. Me mandaron hacer una resonancia magnética, y dio como resultado: una hidrocefalia normotensiva; se detectó igualmente un ictus cerebral que se repitió unos meses más tarde – pero no fueron muy fuertes – y una neuropatía que me afectó a la zona de los tobillos y me produce, hasta el día de hoy, una cierta inestabilidad al andar. Al principio tuve una fuerte molestia en la cabeza que me duró más de un año; ahora no tengo dolores fuertes. Sólo pequeñas limitaciones que se pueden sobrellevar. Cuando me preguntan los amigos o compañeros de residencia cómo me encuentro, suelo responder diciendo: «¡Mucho mejor de lo que podría estar y no tan bien como a mí me gustaría!»

 

2. Lecciones recibidas- no digo aprendidas -, y luces que van marcando el camino

Cuatro pilares me han ido sosteniendo a lo largo de estos años y que se expresan con cuatro verbos: poner, buscar, cultivar y entregarse.

 

2.1. Poner al mal tiempo, buena cara.

No siempre podemos controlar lo que nos viene de fuera. La mayor parte de las veces nos llegan las cosas, las enfermedades y limitaciones cuando menos lo esperamos. No tenemos la posibilidad de darles un puntapié y arrojarlas lejos de nosotros. Pero sí podemos controlar lo que pasa dentro de nosotros, nuestras reacciones; o, al menos, todos tenemos una mínima capacidad para ir modificando nuestras actitudes ante lo que no hemos podido evitar. Y de eso se trata. En nuestras manos está el poner cara de perros o el sonreír; y si no podemos sonreír, al menos modificar la cara de funeral, como dice el Papa Francisco, y almacenar la menor cantidad posible de vinagre e ir quitando, poco a poco, el que hayamos acumulado. Un día se me acercó un compañero de la residencia y me dijo: «Comentan que estás malo, pero yo te veo sonriendo a todas horas». Yo le contesté: «¿Qué te parece? Me pondría mejor si estuviera poniendo mala cara y quejándome a todas horas?» Es evidente que nadie mejora siguiendo el camino de las quejas constantes y malos humores.

 

2.2. Buscar y encontrar razones-motivos para vivir con interés y no de cualquier manera.

Cuando una persona tiene un accidente grave o le sobreviene de repente una seria disminución de facultades – una embolia, un ictus, un tumor, un infarto -, con frecuencia vive un sentimiento de anulación; tiene la impresión de que se acabó todo. Yo pasé por esa experiencia y me duró unos meses. Creí que nunca volvería a tener la capacidad de hacer algo semejante a lo que estoy haciendo aquí esta tarde. Pero en esas circunstancias jugaron un papel decisivo mi familia, el equipo de Capuchinos de San Francisco de Torrero, los amigos, los compañeros de la Residencia sacerdotal; todos ellos mediante su acompañamiento y sus palabras de ánimo me fueron empujando e inyectando nuevos impulsos. ¡Qué suerte tener cerca alguien que transmita apoyo y cariño; que infunda esperanzas de recuperación! Pero de parte nuestra, cuando estamos enfermos, también es imprescindible la búsqueda personal para encontrarle sentido a la vida en esas nuevas circunstancias. Quien busca encuentra. ¡Cuánta gente enferma se ha transformado con ocasión de la misma enfermedad! La llegada del Papa Francisco, sus orientaciones y propuestas, han significado mucho para mí. Me están sirviendo de gran motivación.

 

2.3. Cultivar la alegría en los días grises y en medio de los momentos oscuros. Siempre.

La alegría, como todo en la vida, es un regalo, pero al mismo tiempo es una tarea y un empeño constante. El más infeliz, si se lo propone, encuentra puntos de apoyo para cultivar la alegría en su vida. Y se trata precisamente de eso, de darle fundamento, cuidarla y cultivarla. Defenderla. Así lo describe un poeta argentino: «Defender la alegría como una trinchera, defenderla del escándalo y la rutina, de la miseria y los miserables, de las ausencias transitorias y las definitivas; defender la alegría como un principio, defenderla del pasmo y las pesadillas, de los neutrales y de los neutrones, de las dulces infamias y los graves diagnósticos.»

 

Todos tenemos más motivos para vivir con alegría que para estar amargados. Ahora bien, no siempre es fácil. Fijaos en lo que dice el Papa: «Hay cristianos cuya opción parece ser la de una Cuaresma sin Pascua. Pero reconozco que la alegría no se vive del mismo modo en todas las etapas y circunstancias de la vida, a veces muy duras. Se adapta y se transforma, y siempre permanece al menos como un brote de luz que nace de la certeza personal de ser infinitamente amado, más allá de todo. Comprendo a las personas que tienden a la tristeza por las graves dificultades que tienen que sufrir, pero poco a poco hay que permitir que la alegría de la fe comience a despertarse, como una secreta pero firme confianza, aun en medio de las peores angustias: «Me encuentro lejos de la paz, he olvidado la dicha […] Pero algo traigo a la memoria, algo que me hace esperar. Que el amor del Señor no se ha acabado, no se ha agotado su ternura. Mañana tras mañana se renuevan. ¡Grande es su fidelidad! […] Bueno es esperar en silencio la salvación del Señor» (Lm 3,17.21-23.26).Pero reconozco que la alegría no se vive del mismo modo en todas las etapas y circunstancias de la vida, a veces muy duras.» (EG n.6)

 

2.4. Entregarse confiadamente en manos de Dios.

En los momentos en que nos fallan otros recursos, o aunque no nos fallen, los cristianos tenemos un as en la manga, un mecanismo que no puede fallar: la confianza plena en nuestro buen Padre Dios. Esa confianza está avalada por su Palabra firme y definitiva: «Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo libra de sus angustias. El Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos» (Sl 33)”. Lo he experimentado tantas veces a lo largo de mi vida que, aunque me pusieran miles y miles de argumentos en contra, aunque me pongan delante casos concretos en los que no se cumple ese precioso enunciado, yo seguiré defendiendo el realismo de ese mensaje tan extraordinario y tan verdadero: Cuando el afligido invoca al Señor una hora y otra hora, un día y otro día, sin cansarse ni desanimarse, él lo escucha y lo libra de sus angustias. «Padre me pongo en tus manos; haz de mí lo que quiera» (Oración de Carlos de Foucauld) Se trata de aprender diariamente esa asignatura del abandono confiado que nos transmite el Evangelio de Jesús. «¿No se venden cinco pájaros por unos céntimos? Con todo, ni uno solo es olvidado de Dios. Aun los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No tenéis vosotros que temer: valéis más que muchos pájaros.» (Lc 12,1-7) En realidad tendríamos que preguntarnos más de una vez si realmente creemos lo que decimos creer.

 

3. Frutos o consecuencias.

Si mantenemos firmes los cuatro pilares anteriores, se siguen unas consecuencias admirables que también podrían expresarse con otros cuatro sustantivos: servicio, energía, intercesión, felicidad.

Servicio desinteresado. Las horas de hacer compañía y los detalles de ayuda y de servicio que se producen en torno al enfermo constituyen un verdadero tesoro para toda la humanidad. Si no hubiera enfermos, habría que inventarlos. Gracias a ellos, los sanos pueden aprender, se redimen y pueden ser mejores.

Energía nueva. Alrededor de un enfermo que vive sereno, alegre y confiado, se genera un potencial enorme de cariño y de ternura. Una especie de central nuclear de amor paciente y misericordioso entre familiares y amigos que contribuye a la transformación del mundo.

Intercesión orante. Rogar por personas y situaciones de vida. Hacerse presente en diferentes lugares de la tierra mediante la intercesión. Los enfermos misioneros.

Felicidad agradecida. La acción de gracias nace espontáneamente cuando se constatan los bienes inmerecidos y recibidos. La luz del sol que nos acaricia, la ráfaga de aire suave que nos besa cada mañana, en realidad son besos de Dios que nos ama, ¿Cómo no ser felices? Como escribía Unamuno: «Si cada día que pasa nos trajera una canción, nuestro canto cantaría todo es nuevo bajo el sol.» Y ¿por qué no ha de ser así?

Testimonio presentado en el III Encuentro de Pastoral de la Salud de Aragón y Rioja celebrado en Zaragoza el 18 de octubre de 2014.