¡Qué bueno es tener una fraternidad a tu lado!

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J.A.E. Franciscano

 

Soy religioso franciscano sacerdote y tengo 69 años de edad. Tras unas hemorragias muy fuertes y con urgencia fui operado el 4 de octubre, fiesta de San Francisco de Asís, y me extirparon dos tumores malignos. Desde entonces sigo sometido a diversos tratamientos y los más fuertes han sido la quimioterapia y la radioterapia, de la que me restan dos semanas.

Creo que vivo la enfermedad con serenidad. No he tenido momentos de ansiedad o abatimiento. Alguna tristeza que ha asomado, la he rechazado desde mi fe en la vida eterna. He tenido a mi lado la experiencia de otros religiosos en parecida situación que me han ayudado mucho. También me ayuda mi experiencia pasada en la que siempre intente ayudar a la gente a aceptar con gozo la enfermedad y la muerte. Es una actitud que nació en mi interior cuando tenía 24 años de edad y encontré un anciano teólogo en París que me hizo cambiar mi perspectiva cristiana. Yo creo que con sinceridad he llegado a llamar a la muerte “Hermana Muerte” como San Francisco de Asís. Y me he imaginado que el “Hermano Cáncer” era como el Hermano Lobo de San Francisco, a quien tenía que aceptar como compañero de mi vida, ya inseparable, y rogarle que me hiciera el menor daño posible, como Francisco rogaba al Hermano Fuego. Estos pensamientos y estas imágenes franciscanas me han ayudado mucho a llevar con serenidad mi enfermedad, llegando casi a olvidar que tengo cáncer. Esta actitud interior me ha hecho posible seguir trabajando como antes; aunque noto que mi ritmo es más lento, que a veces me fatigo más. Me he visto obligado a renunciar a algunas cosas que más amaba como el caminar por los montes.

La enfermedad me ha impedido seguir el ritmo y los horarios de oración; incluso me es difícil celebrar la Eucaristía diariamente. Con todo, me siento más unido a Dios. El está más presente en mi vida y yo converso más con El y simplemente estoy con él a gusto. Mi encuentro con Dios fue muy fuerte en los primeros días de mi enfermedad; cuando los dolores físicos eran más agudos, algo de angustia aparecía en mi interior y la Hermana Muerte estaba a mi lado. En la tarde y noche del día 4 de octubre me moría. Entonces Dios se hizo muy presente en mi interior. Era Jesús, y yo estaba sereno con El, que me llevaba a su Reino.

Me detenía diciéndole estas palabras últimas del Gloria: “Tú sólo eres Santo, tú sólo Señor, tú sólo Altísimo, Jesucristo, con el Espíritu Santo en la gloria de Dios Padre “. El me ponía en mi corazón estas palabras y yo estaba gusto con Él. Mi experiencia es de un Dios Absoluto que me ama. Sé que no puedo jugar con Él, ni debo engañarme con imaginaciones de santo. Trato de discernir mi autenticidad. Al final todo lo dejo en Él: Él sabe que quiero amarle, y eso me basta. Me fío de Él, venga lo que venga. En los primeros días de estas experiencias dije que ya nada sería como antes. Y eso es verdad: sigo trabajando como antes, pero por dentro es otra mi actitud. A los diez meses, la emoción ha bajado, pero sigo aquella experiencia.

A raíz de mi enfermedad, he visto que otros me amaban y me estimaban. He visto que trabajaba con muchos y que son muchos los que me estiman y me lo agradecen. Los demás me han dado cariño. Muchos han orado por mí y han pedido mi salud: sacerdotes, religiosos, religiosas, seglares, jóvenes, niños han orado pidiendo mi salud. Yo no he sido capaz de pedir mi curación. Me basta que se hiciera lo que Dios quisiera y ser como los demás. Nunca creí que hacía tantas cosas en favor de los demás ni que fuera tan conocido. Muchos han estado pendientes de mí y queriendo oírme por radio o verme presidir las celebraciones. Esto me ha emocionado y me ha impulsado a entregarme más.

Por mi parte, he sufrido mucho durante este curso escolar por no poder seguir trabajando en todo y con el ritmo anterior. La enfermedad y el clima vivido me han impulsado a nuevos proyectos y acciones. De mi parte, he intentado ser abierto y ofrecer a todos mi interior sereno y cristiano. Ya antes, había esbozado que mi misión sacerdotal era ofrecer Buenas Noticias, ofrecer felicidad a todos, y esto se ha acentuado en mi intención pastoral. Dedico muchas horas a preparar a los novios para la celebración del matrimonio, y ahora percibo que mi palabra de enfermo de cáncer llamado a las bodas del cielo, tiene más fuerza para ellos; pero también se me ha clarificado que mi intento tiene que ser ayudarles a ser felices en su historia de amor, en la que se les esconde el Amor de Dios. No puedo olvidar a mis hermanos franciscanos de mi comunidad. Al principio percibía en ellos ciertas reticencias. El Superior me dio la oportunidad de hablar a la comunidad de mi enfermedad; lo hice con franqueza y sinceridad; a algunos les pareció como que hablaba de la experiencia de algún otro. Aquello clarificó nuestras relaciones; podíamos hablar tranquilamente de la enfermedad, sin ocultar preguntas de ellos ni respuestas mías. También he experimentado cuán bueno es tener una fraternidad ,son 45 hermanos a tu lado.

Mi experiencia con la familia ha sido otro gozo; no me creía tan querido y estimado por mis hermanos todos ellos son religiosas y sacerdotes, por mis sobrinos y cuñada. Las cartas de mis hermanos me han confortado y he visto que nuestra familia ha sido escogida por Dios; de los 10 hermanos uno se casó, cuatro hermanos hemos sido sacerdotes y franciscanos, las cinco hermanas religiosas.

Al cumplir casi los diez meses de enfermedad y verme cercano a los 70 años de edad, ésta es mi experiencia y la ofrezco a quien pueda servirle. Porque tengo por cierto que el mayor déficit de los cristianos, e incluso de los religiosos, es no vivir la esperanza cristiana en la enfermedad y ante la muerte. Y también confieso que uno de los mayores logros del Concilio Vaticano II es el cambio de imagen de Dios Padre y la actitud gozosa de muchos ante la enfermedad y la muerte. Agradezco personalmente a mi Dios y Jesús que amo, esta inmensa gracia y fuente de felicidad humana.