Rosa, la sonrisa de la fe en el dolor

Rosa Deulofeu, Delegada de Pastoral de Juventud de Barcelona

Rosa, la sonrisa de la fe en el dolor

Rosa Deulofeu, Delegada de Pastoral de Juventud de Barcelona

Hablar de Rosa es hablar de una mujer enamorada de Dios, con una profunda vida interior. Y resalto con una profunda vida interior, porque es donde ella encontró la fortaleza para vivir, desde la fe, su enfermedad.

Para los que estábamos a su alrededor fue un golpe muy duro saber que tenía cáncer enfermedad; duro golpe, porque a nadie deseas una enfermedad, y menos a ella. Pero también he de decir que sacudió profundamente nuestra vida de fe, ya que cuando no entiendes el porqué de una enfermedad te planteas muchas cosas, y una de ellas fue preguntarnos y preguntarle a Dios por qué, el querer saber e intentar desde la razón entenderlo.

Ver a Rosa vivir un día, sabiendo que ese podría ser su último día entre nosotros, con esa plenitud, con una fortaleza que no dejaba a nadie indiferente, nos ayudaba, al menos a mí, a creer más en Dios, a valorar aquellas cosas pequeñas que cada día vivo y no valoro, a ser agradecido por cuanto recibo cada día, a acompañarla desde mi pequeñez, a estar a su lado, a oír con su débil voz esa esperanza, ese anhelo de estar con Dios.

Su petición diaria era: “Señor, dame la fortaleza para vivir todo esto”. Humanamente es incomprensible, pero desde su fe, desde su sentirse hija de Dios, desde su oración íntima, desde su reconocer “yo no puedo con todo esto”, desde su carisma de mujer, madre espiritual, sí se puede entender y vivir.

Rosa fue una mujer que vivió profundamente su vocación maternal. No estaba casada, pero entendió que los jóvenes de nuestra ciudad eran sus hijos, hijos espirituales. Vivió profundamente su vocación natural de madre, como madre espiritual. Cuando iba con ella por la calle, se planteaba constantemente: “¿Qué podemos hacer para que estos jóvenes conozcan a Dios, vivan el amor que Él tiene para ellos y su vida sea plena?”

Sí, tuve la gran suerte y el privilegio de conocerla y de trabajar a su lado durante muchos años, de profundizar más en el gran Misterio de la vida de Dios, de conocer más a un Dios amoroso, a pesar de las dificultades, de las adversidades, de los problemas diarios que uno se encuentra en esta vida. Que seamos creyentes no quiere decir que ya por eso nuestra vida va a ser más fácil. No es más fácil, pero sí mucho más plena, vivir una vida completa, vivir la transcendencia de nuestra humanidad, saber que un día viviremos eternamente el domingo de resurrección.

La enfermedad ha estado presente en mi vida y a mi alrededor. Mi madre falleció cuando yo era muy joven, apenas un adolescente. Mi padre falleció hace dos años, también de un cáncer de pulmón. Ya sé que lo que vaya decir ahora puede sonar mal, pero afirmo que en cada caso, Dios ha sacudido mi interior, me ha dado el privilegio de vivir un testimonio de fe, de vivir momentos muy intensos de dolor, pero también de esperanza y de confianza. De entrar en mis entrañas y transparentar con seres queridos quién eres y hacia dónde vas.

Vivir la enfermedad de Rosa, su testimonio, su día a día, para mí personalmente fue muy doloroso, pero he aprendido a tener conciencia de que la vida es temporal, que todo por cuanto luchamos cada día tiene un sentido, pero no es nuestra finalidad. Vivimos en un mundo en que hemos de luchar, vivimos nuestro viernes de Pasión, pero vamos, caminamos, hacia la plenitud del domingo de Pascua. Y doy gracias a Dios por darme lo que cada día recibo, y ayudarme a vivirlo en plenitud.

Sé que este testimonio no tiene sentido si no se vive desde la fe; pero ahora que vivimos este tiempo de la cuaresma continuada, que nuestro mundo está roto por tanto dolor, que nuestra sociedad clama urgentemente testimonios de esperanza, de vida, de fe, hablar de Rosa Deulofeu de su testimonio, de su enfermedad, y de cómo a mí personalmente me ha ayudado en mi vida, creo que puede ayudarnos a mirar al cielo, esperar en Dios y, en palabras del papa Francisco, saber que “pequeños pero fuertes en el amor de Dios, como san Francisco de Asís, todos los cristianos estamos llamados a cuidar la fragilidad del pueblo y del mundo en que vivimos”.

Sí, Rosa falleció el 5 de enero del 2004, pero ella vive plenamente su Domingo de Resurrección, y está viva en muchos que la conocimos. Su testimonio, su vida, su fe hacen que cada día sea un motivo de gozo, de alegría, de agradecimiento a Dios, por haberse revelado en mi vida y de, a pesar de los pesares, saber que soy amado por él.

Francesc Figueras Gudás, Secretario Técnico de la Delegación Diocesana de Juventud de Barcelona

Publicado en Misión Joven n. 448 (Mayo 2014)