Ser Obispo desde la debilidad (Mons, Javier Osés +)

Javier Osés Flamarique

Javier Osés Flamarique, Obispo de Huesca (1926-2001)

Con cierto rubor os ofrezco mi experiencia de enfermo. Tuve, inesperadamente, una trombosis pulmonar. En los primeros momentos noté que la vida se me escapaba. Pensé que el don precioso de la vida, que Dios me había dado, debía cuidarlo. Mi hermana llamó al médico de cabecera que se presentó en casa a toda velocidad. Eran las diez de la noche. En cuanto me vio, dijo que debíamos ir urgentemente al Hospital. En su coche, mi hermana y yo, llegamos a urgencias donde ya me esperaban. El rito de los análisis y primeras medidas, lo sabéis muy bien. Un médico, buen cristiano, se me acercó y me dijo: «D. Javier, está usted muy mal, muy mal. Se lo digo porque puede suceder cualquier cosa». Se lo agradecí, pero no perdí la calma. Experimenté que, en ese momento, Dios es la ayuda más profunda y decisiva y que la salud, para un cristiano, es bastante más que el no estar amenazado de muerte y que nuestro Dios, Creador y Padre, es realmente el Dios de la Vida.

Me llevaron a la UCI, a la que tantísimas veces había entrado a visitar a los enfermos. Me di cuenta de que es totalmente distinto ver a los enfermos que verte enfermo en esas circunstancias de gravedad. Al poco tiempo, noté un cierto alivio, consecuencia indudable de los primeros goteros. Estar con enfermeras, para mí conocidas, con médicos, con los que tenía una buena relación, y saber que, en esos momentos precisamente, Dios se esmera más en hacer sentir la experiencia de su amor, me dio mucha paz. No tenía ganas de nada, ni de rezar, ni de pensar, ni de hablar. Sólo asomaban algunos sentimientos espontáneos referidos a Dios, a la familia, al personal que andaba por la UCI. Me bastaba saber que Dios me amaba y había que dejarle que fuese conmigo Padre. Vi con claridad que debía recibir los sacramentos de la enfermedad: me confesé, recibí el Viático, la Unción de Enfermos de manos del capellán y con la presencia de mis hermanos y del Vicario. Todo con paz, sin traumas de ninguna clase.

Superada la gravedad extrema, salí de la UCI a la planta. Veinte días en la cama y con goteros continuados, hasta que empezaron a levantarme. Me sentí un inútil total. Mis fortalezas, que parecían definitivamente instaladas en mi vida, eran total debilidad. ¡Qué verdad es –me decía con San Pablo– que la fuerza de Dios se manifiesta en la debilidad!

Al pasar los días y verme sin fuerzas y que las cosas propias del obispo estaban aparcadas, me pregunté: «Si Dios me ha enviado como obispo aquí a Huesca, si llevo ya cerca de treinta años en la diócesis, si he ido y venido sin trabas a tantos sitios, si con todo eso me parecía que cumplía con la misión de obispo, ¿no puedo seguir siendo obispo y hacer acaso un bien mayor a los diocesanos, desde la debilidad y desde el no hacer nada que merezca la pena? Sentí que Dios me quería así y lo acepté. Enfoqué mis largos ratos de silencio por la oración. Rezaba muchas horas, pedía por la diócesis, mi pensamiento de día y de noche eran los diocesanos.

Todo el personal del hospital me atendió con una gran cordialidad. Hice cuanto me dijeron, sus prescripciones eran para mí la manifestación más clara de la voluntad de Dios. Confié plenamente en ellos y cuando en algún momento vi que lo pasaban mal por mi situación, les animaba. Al principio me dijeron que si quería ir a otro hospital, a otros médicos… podía hacerlo con total libertad. Les respondí que mi hospital estaba en Huesca y que tenía plena confianza en el personal del mismo. Superada ya la gravedad, un médico me comentó en tono amistoso: se nos muere el obispo, ya podemos coger las maletas y salir e aquí.

Doy muchísimas gracias a Dios. La enfermedad y la larga convalecencia me han servido para replantear más a fondo mi vida, para experimentar que la enfermedad y la salud son don de Dios, que la enfermedad baja los humos y que en la vida hay cosas que siguen siendo primeras y otras segundas o terceras. Dios, su bondad y su Reino, son lo primero.

Amigos y amigas PROSAC, sigo vuestros pasos, leo con fruición vuestra revista. Para todos y todas, mi recuerdo, oración y abrazo.

 

Publicado en el Boletín PROSAC N. 14 (2000)