Soy mujer, profesional y creyente

PURI CABEZAS

PURI CABEZAS.

ENFERMERA. BARCELONA

 

Cuidar desde mi ser mujer, profesional y creyente ha marcado mi vida y el ejercicio de mi profesión de enfermera.

Las tres vertientes van estrechamente unidas en mi vida. No me es posible separarlas. Si las analizo por separado es tan sólo por motivos pedagógicos.

 

Soy mujer

Ser mujer comporta una serie de rasgos: la sensibilidad, la intuición, la ternura, esa capacidad de entrega, de escuchar, de empatizar… Trato de cultivarlos día a día y ponerlos en mi actuación de hija (cuidando a mi madre anciana), de esposa y de madre (dando la vida, cuidando la salud y protegiendo en la enfermedad), de compañera de trabajo, de enfermera o de voluntaria en los proyectos aportando mis conocimientos y habilidades.

 

Soy profesional

A lo largo de más de 25 años mi preocupación, como profesional de enfermería, ha sido humanizar y tratar de aprender el arte de cuidar, porque el eje central de la enfermería es el ejercicio del cuidar.

 

Cuidar es acompañar adecuadamente a los enfermos, conocer sus valores y creencias, sus necesidades y sus recursos. Cuidar es ayudarles a ser autónomos, a realizar su propia vida, a valerse por sí mismos. Cuidar es acompañarlos en su camino respetando su ritmo.

 

Cuidar a un enfermo es una responsabilidad, es una obligación de justicia. Pero no es tarea fácil. Conlleva conocer su vida, sus problemas, su mundo interior con mucho tacto y respeto. Exige grandes dosis de escucha, de atención, de silencios, de tacto y de respeto. Sólo estando cercanos al enfermo, sufriendo con él, podrá sanar su dolor, integrarlo y vivirlo con paz. Cuidar a la persona enferma y vulnerable sólo es posible desde una visión holística, interprofesional.

 

Humanizar mi profesión de enfermera me lleva a una alianza de amor con el que sufre e ir descubriendo en mi jornada cotidiana lo que me hace vivir plenamente mis tareas de cuidados a la persona en la salud, en la enfermedad y en la muerte. Y me motivó para buscar recursos, más allá de la técnica, en otras disciplinas que me facilitasen el manejo de habilidades y aptitudes. El trabajo social me sirvió para detectar los problemas sociales del enfermo, prestarles atención y a darles respuesta. La antropología me ha enseñado –entre otras cosas- a ver que detrás de cada patología hay una persona con su propia historia escrita en la interioridad de sí misma. Conocerla me permite ver sus valores y detectar las raíces de sus problemas y comportamientos, me facilita aceptarla como es y me descubre pistas para poderle ayudar.

 

La relación de ayuda me adiestró para escuchar al enfermo, valorar sus recursos para afrontar y superar creativamente su situación, respetar su autonomía, acoger el mundo de sus sentimientos, evitar la tendencia a etiquetar y también a cultivar mi autoestima.

 

Humanizar me exige, ciertamente, ser un buen técnico, responsable y honrado, saber en cada momento qué cuidados técnicos aplico, cómo los aplico, a quién dirijo mi acción. Pero igualmente me reclama el ser humana, interesarme por el otro, relacionarme con él. No se pueden separar. La demanda de una medicina más progresista y técnicamente sofisticada nos urge a los profesionales a renovarnos a marchas forzadas. Pero si esta renovación no va paralela al desarrollo y progreso humano perdemos de vista la dignidad de la persona, elemento básico en la humanización. De hecho la tecnificación de la medicina ha empobrecido nuestra relación humana con el enfermo. Las máquinas lo hacen casi todo. Falta el contacto humano con el enfermo, mirarle a la cara. A veces nos centramos en la eficacia para que nos valoren como profesionales, pero dejamos de lado a la persona.

 

Humanizar la salud, la enfermedad y la muerte no es posible sin un trabajo interdisciplinar cuyo objetivo es la persona, contemplada como una unidad por todos los que intervienen en el proceso. Plenamente convencida de ello, como enfermera me siento en la obligación de defenderlo, impulsarlo y potenciarlo.

 

Soy creyente

La trayectoria de mi vida profesional está dirigida por el Evangelio. A mi ser mujer y enfermera añado el estilo de vida y de actuación que se inspira en los valores evangélicos. Profundizar en él para vivirlo en mi trabajo profesional sanitario me ha conducido a pasar de la reflexión individualizada a la reflexión de grupo. Por eso desde hace unos años soy miembro activo en PROSAC. Como mujer creyente me siento llamada por Dios para ser reveladora de su amor, ternura, compresión, disponibilidad, fortaleza, cariño y valores maternos en mi familia, en el hospital donde trabajo y en el mundo en el que vivo.

 

PUBLICADO EN EL BOLETÍN PROSAC 31 (2004)